33-LA ALCANCIA PARTE II
LA ALCANCIA
PARTE II
Después del gran juramento de luchar incansablemente,
porque el mundo esté pintado…
pintado con los colores de mi alcancía;
Elia se unió al juramento,
y repentinamente nos invadió el sueño.
Sobre el peñón, la camisa de Elia como almohada,
y sobre la camisa su cabeza dormitaba,
la mía sobre sus piernas reposaba;
así soñamos los dos, en ese amanecer,
con nuestra querida alcancía
y con nuestro gran juramento.
El revoloteo de las gaviotas nos despertó,
cuando el sol enrojecía nuestra piel,
nos contamos los sueños y resultó ser el mismo.
Emprendimos el retorno rió arriba;
un silencio interno nos acompañó;
solo nos comunicábamos con las miradas,
indagando la coincidencia del mismo sueño,
indagando el origen naciente de nuestro nuevo sentir;
a partir de ese amanecer,
a partir de ese juramento.
Algo nos decía que nuestras vidas habían cambiado,
que en nosotros surgía con firmeza,
otra posición frente a la vida.
El diálogo a través de las miradas continuaba,
nadie pronunciaba palabra alguna.
Sólo se escuchaba el cantor de los pájaros.
Teníamos una sonrisa profunda de sentirnos realizados.
¡Era como si estuviéramos cruzando la frontera de esta vida…!
de esta vida, para ir más allá…
Las pupilas de Elia estaban encendidas,
quién sabe si las mías también.
Una despedida en silencio estaba planteada
ambos sabíamos que emprenderíamos caminos distintos,
¡pero con la misma alcancía!
como si se hubiera replicado.
En cada una de ellas llevábamos,
grandes lecciones imborrables ahorradas,
ahorradas en nuestro querido bosque;
aprendizaje que nos acompañó, durante toda la vida,
vibrando nuestro más profundo sentir.
Elia quedaba en Panamá, en mi amado bosque,
y yo intuía que me esperaba una ardua travesía.
¡Un temblor inexplicable recorría
todo mi cuerpo!
sin saber porqué, ni que lo originaba.
Elia saltó la cerca, retornando a su casa
y yo me encaminé hacia la mía.
Asumimos con valentía, la separación y el camino bifurcado.
Un largo viaje me esperaba.
Una sensación de tristeza me embriagaba,
no sabía si era la despedida,
o algo que presentía que me iba a ocurrir.
La incertidumbre se apoderó de mí momentáneamente.
Ya en otro lugar, después de varios años,
seguía aferrado a mi alcancía,
cada vez con mayor intensidad…
alimentándola con nuevas monedas,
a medida que el tiempo transcurría;
a medida que el tiempo perfilaba, definía y perfeccionaba,
aquel juramento,
en aquel amanecer,
sobre aquel peñón.
No sabía que me pasaba,
que cada día que transcurría presentía y acentuaba,
extraños sentimientos que evidenciaban,
que los sacrificios consumados,
custodiando mi querida alcancía,
muy pronto se revertirían.
Pero mi constancia y perseverancia continuaban aumentando,
el cuido y la custodia que sobre ella tenía,
por temor a que algo le pasara.
Era como un presagio que en silencio se proclamaba.
Era como si toda mi vida gravemente se exponía.
Era como una premonición que algo me ocurriría.
Lentamente y sin advertirlo, los años continuaban fluyendo,
¡solo, inmensamente solo!,
con mi alcancía me fui quedando,
mientras los demás claudicaban y abandonaban,
los sueños e ideales forjados en su infancia.
Un inexplicable aturdimiento en ellos se gestaba y crecía,
zanjando cada vez más, las diferencias que nos separaba.
Todo esto fomentaba en ellos, sentimientos encontrados,
que comenzaban a emerger,
y en mi contra orientaban.
Mutuamente el uno al otro se consolaba y justificaba,
el estado de abandono en el cual se encontraban.
Con dolor me percataba, que en rivalidad comenzaba a convertirse.
¡Todos se auto convencían de que mi alcancía era la culpable!
Así un inmenso caudal gratuito de contrincantes me generaron.
Era que no me entendían,
era que el mismo idioma no hablábamos,
era que el mismo sendero no caminábamos.
Era que el mundo de distinto color percibíamos,
¡era que el celo y la envidia a todos cegaba!
Era que sus mentes carecían de ideales que los guiaran,
era que no admiraban a la humanidad .
Claramente se advertía,
que mis amigos profundamente codiciaban
a mi querida alcancía, con todo su contenido,
y sin ningún sacrificio ambicionaban,
lo que ellos, años anteriores derrocharon.
Con mucha paciencia y de
infinita fortaleza me armé,
enormes cantidades de razones les alegué y les señalé:
“Que vivir sin ideales no tenia sentido”.
Los invité a retornar al camino extraviado:
“Que no importa nunca el tiempo perdido,
lo que importa es el tiempo venidero,
y la espontaneidad, la autonomía y la autenticidad de saberlo vivir,
y saber volver a empezar”.
Les regalé una nueva alcancía a cada uno de ellos,
con monedas de “vivir intensamente cada instante”,
cada instante que nos otorgue la naturaleza,
¡como si éste fuera el último por vivir!.
Les regalé monedas de saber reír, de saber mirar,
monedas de saber amar, de saber sentir,
de saber escuchar y escuchar con atención,
de ser emprendedor con tenacidad y humildad.
Insistí que la humildad con conocimiento es una virtud,
insistí en que las pasiones bajas había que erradicarlas.
Insistí que dentro del gran milagro llamado vida,
el máximo capital es la
Humanidad,
en que había que cuidarla, atenderla y enseñarla,
y evitar que se desvíe por caminos inciertos.
Pasaron otros años, continuaba estudiando…
aumentaba mi pasión por saber…
Progresivamente iba convenciéndome de que mis esfuerzos eran inútiles,
que no podía ayudar a quien no quería superarse,
que no se podía ayudar a quien se coloca como contrincante,
que el superarme me iba produciendo desvinculamiento con los seres,
desvinculamiento con los seres que se abandonaban…
El único aliciente que tenía, era cuando me refugiaba en el recuerdo,
en el recuerdo inolvidable de nuestras caminatas por el bosque,
sobre todo la última caminata,
por las riveras del río, hasta la playa;
acompañado por el cantor de las criaturas;
en el recuerdo del origen de nuestro nuevo sentir,
a partir de ese juramento,
a partir de ese momento,
en esa playa,
sobre ese peñón,
con la alcancía en las manos de Elia,
alumbrado por el tenue amanecer,
acompañado por el murmullo de las olas,
que rompían en la playa creciente;
en el recuerdo del sueño mutuo que compartimos,
cuando el coro de gaviotas que revoloteaban,
nos anunciaba un nuevo día.
Un nuevo caminar,
una nueva esperanza,
un nuevo compromiso,
un nuevo sentir.
¡MI NUEVO SER!
Jesús
Riquelme Senra
La Alcancía II Parte
1.970
CONTINUA EN:
LA ALCANCÍA PARTE III